domingo, 29 de marzo de 2009

Cuatro pepas (¿¡qué te pashhha, Clarín!?)

Como ningún prensero amigo me invitó a la cancha, fui parte de los 40 puntos de rating que siguió el debut oficial de Diego como DT por La Tele -todos somos rating, al fin y al cabo-. Contundencia antes que juego bonito: cuatro veces embocó Argentina a Venezuela. Cuatro veces mostró la transmisión a De Narváez en el palco del Monumental. Cuatro golpes asestó Clarín al matrimonio K.
La respuesta del grupo a la ley de medios que impulsan Néstor y la dama del atril fue ésa: entre tantas personalidades que fueron a la cancha (me juego a que un paneo por la platea San Martín baja hubiera dado como resultado una veintena de famosos periodísticamente más interesantes que el dueño del diario en el que trabajo), Clarín eligió cuatro veces a De Narváez, el opositor que peleará palmo a palmo las elecciones bonaerenses con K. Y a nadie más.
No leí la ley de medios en detalle, pero a primera vista me parece interesante. Es evidente que le pone un freno a los multimedios y abre el juego hacia otros actores, tanto empresarios como organizaciones sociales.
Eso no quita segundas, terceras y cuartas intenciones por parte del Gobierno: lanzarla en plena campaña electoral y hacer un road show antes de votarla, de acá a dos meses, da lugar a todo tipo de interpretaciones. También provoca sospechas la cantidad de empresarios amigos de Néstor que hacen fila para capturar alguna señal de TV o radio. Y es innegable que sólo perjudica a Clarín: ni el amigo Hadad, ni Telefónica ni nadie pierde negocios -más bien, todo lo contrario-.
Como siempre, estos muchachos empañan con su forma de hacer las cosas cualquier buena intención, como coparticipar retenciones, estatizar las jubilaciones o reemplazar una ley de medios vetusta y dictatorial.
Y, como siempre, desde hace 50 años, Clarín hace su juego. Digan que Dányelis no fue a la cancha...

miércoles, 25 de marzo de 2009

Aire puro


La piba salió eyectada de la bola humana que intentaba acercarse al escenario. "Al fin algo de aire puro", dijo, y encendió un pucho, que fumó orgásmicamente para llenar de humo y éxtasis el aire puro. Faltaban 5 ó 6 minutos para que Radiohead saliera a la cancha a demostrar, con menos populismo que un radical, por qué es una de las mejores bandas del mundo.
Vero y yo tampoco soportamos mucho tiempo más esa muralla de gente y a mediados de Airbag, el segundo tema, nos fuimos para atrás. Mentiría si digo que vimos a Radiohead; sería más correcto decir que lo escuchamos. Y muy bien.
En realidad, comencé a disfrutar del show -exquisito- cuando me resigné a escuchar. Después de un improvisado pogo con el que intentamos ir para adelante de nuevo, en medio de proto-emos que miraban con cara de "¡Eh, loco, no son Los Piojos!", nos contentamos con respirar la música, mezclada con algo de olor a faso y sudor. Aire puro.
En el cielo, las estrellas y algún que otro avión. En las pantallas, primeros planos de los integrantes de la banda. En el escenario, un torrente de luces azules verdes amarillas rojas naranjas violetas celestes (sí, sí, In Rainwobs, nombre del último CD).
Vino No Surprises, esa canción de cuna que se ríe del espíritu burgués ("no alarmas ni sorpresas, por favor") y me acordé de K, la dama del Atril, Buzzi y Dányelis. Todavía intento explicar la asociación libre. Después hubo tiempo para el Nunca Más: How to disappear completely", correctamente dedicada en un correcto y robótico español.
Thom Yorke y el resto nos empacharon de música. Lograron confluir mística, prolijidad y belleza dignas de Abbey Road, pero en vivo. Es admirable cómo canta este muchacho que parece siempre al borde del suicidio.
Dejaron el show para Kiss, Aerosmith y U2. Radiohead, que hace un año y medio le pegó una patada en el tujes a la industria discográfica y ofreció su disco a la gorra por Internet, volvió a reírse de las convenciones y se dedicó a hacer lo que mejor sabe con guitarras, chiches eléctricos y sintetizadores: generar esa extraña e íntima sensación de aire puro en cada una de las 30.000 almas que estábamos ahí.

jueves, 19 de marzo de 2009

Se viene la chadere, se viene

Leyes más duras, servicio militar para reencauzar a los paqueros, pena de muerte para los que se empaquen en seguir paqueando y andando por el mal camino. Retenciones cero, liberalización de exportaciones y de precios en el mercado interno para que el granero del mundo vuelva a ser eso, granero del mundo. Privatizaremos empresas reestatizadas o cooptadas por empresarios amigos del régimen depuesto y permitiremos los ajustes que sean necesarios para hacerlas rentables. No hace falta dejar volar mucho la imaginación para dar con la plataforma electoral de quien quiera ganar las próximas elecciones importantes, sean las de junio o las de 2011.
Sí, señores, se viene la derecha, y podemos decir con certeza que Néstor lo hizo.
Arrogándose para sí el papel de líder progresista, dejó fuera de juego a quienes de verdad creen (creemos) en algo llamado progresismo. Y dejó a la clase media -siempre proclive a escuchar a tipos "equilibrados", como el doctor Mariano G.- lista para ser seducida por cualquiera prometa desahogar al campo y meter tiros.
Ahora, ¿qué es desahogar al campo? ¿Permitir que el pequeño arrendatario pueda subsistir -algo difícil hoy, por muchas causas-, o que paguen menos impuestos los grandes pooles, tal como se desprende del proyecto que impulsan los ruralistas? Los chacareros, grandes y chicos, dejaron en claro en estos días que la democracia y las instituciones, tan denostadas por el kirchnerismo, son un medio para sus fines: o bajamos las retenciones en el Congreso o cortamos rutas. ¡Así se fomenta el debate!
Mientras, la pena de muerte no se discute, se instala. Sú, Marce, el Facho Martel, el rabino Berga, el padre de Áxel... ¿qué importa si las cárceles forman más delincuentes, si la sociedad está partida en tres, si no hay contención social...? ¡Queremos vivir tranquilos!
Así que ya sabe, estimado candidato, qué debe prometer para seducir al electorado.
Nosotros (los progres de verdad, no los que le pagan taca taca al FMI), volveremos a asomar la cabeza en seis u ocho años. ¡Ci vediamo!