Estamos acostumbrados a encontrar en toda historia buenos y malos. Por alguna razón, desde quién sabe cuando, el cerebro se siente cómodo al funcionar así. Los periodistas, políticos, economistas, DTs, jugadores, hinchas, jueces, abogados, etcéteras, funcionamos así.
Las simplificaciones llevan a ver al imperio Inca como pobres tipos arrancados de su vida apacible por los sanguinarios colonizadores españoles.
El imperio era eso: un imperio. Perseguía, torturaba, violaba y asesinaba a sus propios colonizados y entregaba a los dioses o a los caciques a sus chicos y chicas, en rituales que aborreceríamos si sucedieran ahora.
Claro que después vino un hijo de madre más puta que, como los peces que van comiendo al de menor tamaño y se convierten en manjar del más grande, le hizo cosas aun peores, en nombre de otro dios.
Podríamos recorrer así toda la historia y cada situación cotidiana. Veríamos a los que cortan rutas en defensa del campo como pobres gauchos despojados de su pan, su tierra, sus vacas y su soja por un gobierno revanchista e inescrupuloso.
O a un monopolio, como a una pobre empresa generadora de riqueza y empleo perseguida por un gobierno cada vez más revanchista e inescrupuloso.
O, del otro lado, veríamos a un gobierno legítimo y defensor de lo popular asediado por intereses mezquinos y peligrosos que se resisten a perder los privilegios que les da el lado oscuro.
Buenos y malos. Víctimas y victimarios. Es difícil mantenerse al margen. Es tentador ceder a la tranquilidad que nos da encontrar culpables, sea una ex novia, un jefe, un dictador, una brujería, un referí.
Detrás de ese juicio está la tranquilidad del porvenir, un nuevo orden, con un bueno que lo será hasta que se convierta en malo y engendre a otro rival. Dialéctica hegeliana.
Ver las cosas de otra forma es como salirse de la matrix. Cuesta, da miedo e impotencia. Mucha impotencia. No hay buenos ni malos, sino peces que se van comiendo unos a otros hasta que llega la ballena que abre la boca y se devora a todos.
La verdad de la milanesa es poco poética. El mundo está lleno de hijos de puta.
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