jueves, 23 de abril de 2009

Nacional, penal y popular

El populismo penal es un virus especialmente nocivo que recorre la Argentina de un extremo al otro, recurrentemente, cada vez que algún hecho criminal logra capturar la indignación colectiva. El populismo penal tiene una receta y una respuesta habituales frente al crimen -mayor violencia estatal- pero con una novedad llamativa: reclama dicha violencia en nombre de la voluntad mayoritaria. Se trata, por tanto, de un movimiento que promueve un Estado más duro, en nombre de la democracia: "la gente lo pide" -se nos dice-, o también: "hay un clamor popular que exige terminar con esto."

Nos dice el profesor de derecho constitucional Roberto Gargarella, en su brillante columna publicada hoy en el Clarín.

Hoy, quienes estamos en contra de subir las penas y bajar la edad de imputabilidad como respuesta única, estúpida, irracional, a un problema de "la gente" -votantes, encuestados, o como queramos llamar a ese sector de la sociedad que tiene voz, luz, cámara y acción, en contra de la imensa minoría que sufre el fascismo de ese mismo sector-, estamos en franca retirada.
Hasta el progresismo K tiene su propio proyecto en el Congreso. Es inútil recordar que los menores de 18 acusados de delinquir no tienen hoy ninguna garantía procesal y, por lo tanto, nada con qué defenderse. Es inútil reclamar garantías constitucionales, porque la cuestión es otra.
En medio del fragor mediático, de los miles de Blumbergs que hay dando vueltas por C5N y TN con sus velas y sufrimientos reales o eventuales (¡¿quién puede legislar desde el dolor?!), todo esto pierde seriedad. Pierde seriedad porque no hay debate, porque "hay que hacer algo ya", porque no se puede parar la pelota y pensar a dos meses de las elecciones.
Porque, en definitiva, una de las nuevas vertientes del populismo -que alguna vez dio sidra, pan dulce y, sobre todo, dignidad- es el castigo.

sábado, 18 de abril de 2009

Gracias, Guille


"La realidad de la milanesa es la misma discusión que tuvo Perón en el '40, '50 y '70, y ahora en los 2000 tenemos la misma discusión, que es la patria y la antipatria; pueblo y antipueblo".

jueves, 16 de abril de 2009

Coyote rules

El momento es sublime. Los ojos se enrojecen de abajo hacia arriba, como si la ira creciera al recordar, uno por uno, cada angustia, cada trampa fallida, cada nudo en el estómago. Luego, la bronca. Cada patada en el cuerpo de ese ave que yace en el piso es un grito de libertad, una descarga emocionante. El remate final: un pisotón en la cara. Furia, venganza, justicia.
Fue el recurso más tonto, el túnel pintado en la pared rocosa, el que venció al Correcaminos. Las complejas trampas marca Acme habían servido para demostrar durante décadas qué ingenioso es el Coyote y qué injusta era siempre su derrota.
El otro, canalla, ganaba por velocidad. Corría y nada más. "Mic mic" y a ningún lugar. Tan primitivo resultó ser que cayó planchado al toparse con el túnel pintado, que tantas otras veces había atravesado de suerte. ¿Acaso pensó que otra vez iba a vencer a la física? ¿Acaso pensó alguna vez ese pájaro cagón?
Quise muchas veces gozar de este momento. Cuando chico, esperaba al Coyote con la certeza de que alguna vez se le tenía que dar, que no podía ser que siempre, tras cuatro o cinco trampas impecables, brillantes, únicas, el otro zafara sólo por ser veloz. Ya crecidito y azurdado, veía en el Correcaminos al capitalismo salvaje y monótono, siempre a punto de claudicar, pero siempre vivito, coleando, y corriendo hacia adelante.
Ahora, disfruto del triunfo del Coyote desde otro lugar. El ingenio le ganó a la repetición. El cerebro, a la velocidad. La perserverancia derrotó a la rutina.
No puedo dejar de ver cómo ese bicho emplumado y reiterativo se convierte en pavo asado.

martes, 7 de abril de 2009

Fuckin dengue

Anoche llegué a casa muerto en vida, con la cama entre ceja y ceja y un dolor de cabeza a prueba de aspirinas. El sueño fue instantáneo; imágenes de colores de un mundo de fantasía indescriptible. Hasta ese zumbido que me despertó. Sí, un mosquito.
En un acto reflejo, como el policía que carga el arma ante la inminencia del peligro, conecté el Fuyi que descansaba en mi mesita de luz. Me escondí bajo el cubrecama y cerré los ojos. Cada tanto, un zumbido me devolvía al terror de la noche.
Costó mucho dormirme. Mis ojeras lo delatan. Hay una dengue-psicosis que hace que ante cualquier síntoma -fiebre, vómitos, diarrea, uña encarnada, fractura de tibia y peroné- no pasen treinta segundos antes de que alguien pregunte: "¿Y no será dengue?".
El dengue es una enfermedad de pobres. El mosquito transmisor -Aedes Albopictus es mucho más duro, resistente y versátil que su primo Aedes Aegypti, nos enseño Claudio Zin- no distingue clases sociales, es cierto. Pero tiene particular debilidad por la pobreza. Empezó a picar en Chaco, donde los casos se cuentan por miles. Y ahora llegó a Capital. Como los saqueos de fines de 2001, que comenzaron en las barriadas pobres del interior.
El dengue, como los saqueos de fines de 2001, nos arrancan de nuestra fiebre de tasas chinas. A pesar del crecimiento del último lustro, de la Argentina potencia versión nac&pop kirchnerista, de la soja, del Calafate, de los cientos de miles de autos fabricados y vendidos, somos un país de pobres.
A la pobreza ya nos acostumbramos, otra no queda. Al dengue, en cambio, no. Un zumbido nos desvela.

viernes, 3 de abril de 2009

Cletus

Cobos, el día del voto no positivo:

“Hoy debe ser el día más difícil de mi vida…”

Cobos, al despedir los restos de Alfonsín:

"Este es el momento más trascendente de mi vida."


¿Cómo hará el mendocino para aguantar los trapos si le toca gobernar un país en medio de la peor crisis económica global desde 1930?
¡Qué vicepresidente me pusiste, Néstor!

miércoles, 1 de abril de 2009

Necroilógica

Mi vieja votó por primera vez a los 28 años, la edad que tengo ahora. Votó a Alfonsín, como mi viejo y tantos otros. Recuerdo haber ido con ellos a un acto de campaña, frente a la plaza de San Miguel. Yo tenía tres años y poca noción de todo lo que estaba pasando. Voté por primera vez a los 19. Después, a los 21, a los 23, 25 y 27. Volveré a las urnas el día que cumpla 29. Habré pasado por seis comicios a la edad en que mi vieja se sacaba esa virginidad. Y creo que se debe, en gran medida, al hombre que murió hace unas horas.
Una inquietud profesional hizo que, meses atrás, comenzara a leer muchas cosas sobre Alfonsín, incluyendo sus memorias. Algo me llama la atención: lo inundan de críticas por sus acciones y omisiones, pero nadie se atreve a dudar de su honestidad intelectual o política. No vale la pena mencionar cómo siguió la historia.
Personalmente, repudio las leyes de obediencia debida y punto final firmadas durante su gobierno, el mismo que enjuició a los dictadores. Leí cuáles fueron sus motivos y los respeto, aunque no los comparto. De eso se trata la democracia, enseñó Alfonsín a la generación de mis viejos.
Me enteré de su muerte en la redacción. Inmediatamente, empezaron a llover comunicados de prensa lamentando la pérdida de este futuro prócer.
Imaginé la inminente llegada de un mail de la mesa de enlace agropecuaria convocando a un cese de comercialización en homenaje al Dr. Alfonsín, con cortes de ruta para cumplir que nadie viole las jornadas de duelo. O el cable de la CGT llamando al decimoctavo paro general al ex presidente, éste post mortem, para recordar como se debe al valuarte de la democracia.

Y pensé que el mejor regalo que el gran pueblo argentino, salú, puede hacerle a la memoria de Alfonsín es bajar el estado de irritabilidad general. En una de esas, un poco de tranquilidad nos ayuda a empezar a jugar a la democracia en serio, comiendo, educando, curando y viviendo con ella. ¿Es mucho pedir?