miércoles, 26 de noviembre de 2008
El club del barrio
Alguien tuvo la brillante idea de convertir al club en el que me crié en el ammenity de un edificio de departamentos para venderlos a, digamos, 1000 dólares el metro cuadrado. Ese alguien, de apellido Cúneo, promete que así va a sacar al club de la quiebra y que algún día puede instalarse en otro lado con algo de plata en sus arcas, o quedarse en la planta baja del lujoso edificio que planea hacer. Ese alguien, de apellido Cúneo, quiere ser el presidente del club al que quiere transformar en el ammenity del edificio. Y también quien comercialice esos departamentos, en la manzana más codiciada de San Miguel, a tres cuadras de la plaza y a dos del centro comercial.
A la distancia, desde los 90 km que separan a mi casa actual del club, vivo todo eso con nostalgia y bronca. No puedo imaginarme que la cancha de básquet en la que jugué tantos años, la pileta y el playón de todos esos veranos, el gimnasio y todo lo demás sean otra cosa. Tampoco que la escuela que educó a mis tres hermanos no sea una escuela y sí, quizás, un salón de fiestas para propietarios del edificio y sus invitados. Pero alguien, de apellido Cúneo, sí se lo imagina.
Haber visto en la tele a San Miguel a punto de desaparecer me dio ganas de llorar, o de vomitar estas palabras que tipeo despojado del defecto profesional que me pide cabeza fría para contar e interpretar hechos. Cuenta la historia que un juez de la zona, de apellido Prato, quiere encuadrar la situación del club en una Ley de Entidades Deportivas N° 25.284, que evita su desaparición. Vale decir: si Racing no quebró con una deuda mucho mayor a los 5 millones de pesos que debemos, por qué debe hacerlo el Trueno Verde –así le dicen a mi club-, cuando el Estado, la ley o ambos lo pueden amparar. Pero alguien, de apellido Cúneo, que quiere ser presidente de ese club, piensa que es mejor que el club quiebre, que ceda los terrenos, quizás mandarlos a remate, y quedárselos.
Ochocientos alumnos tiene la escuela y 3000 chicos, jóvenes, grandes, ancianos, nadan, juegan básquet, bochas, fútbol, bowling, vóley, hockey, hacen judo, pesas, natación, gimnasia deportiva en mi club. Hasta sociales hacen en sus quinchos. Y todavía debe estar en el sucucho del fondo el manojo de viejos timberos que se juntan desde tiempos inmemoriales todas las noches, naipes de por medio, a mentirse como políticos.
Verlo a Alfredo en la tele defendiendo al Trueno me infló el pecho. Amigo de la familia, eterno intendente frustrado del partido y orgulloso ex presidente del club, pero sobre todo un tipo honesto, Alfredo se puso la camiseta verde y blanca otra vez y mandó al frente a un tipo, de apellido Cúneo, que quiere hacer un edificio con ammenities en San Miguel, ante los 11/15/17 puntos de rating de CQC.
Me acuerdo de la cancha, de la Primera B, del Nacional B, de Cameroni, el pecho frío de Artaza y Christian Giménez. Y del viejo con vozarrón de faso, mucho faso, que puteaba hasta la disfonía a cuanto referí y técnico contrario osara meterse con el Trueno. Ese tipo hacía del insulto un arte. Me imagino las cosas que le diría a alguien, de apellido Cúneo, que quiere hacer de ese club que le dio tantos infartos y alegrías dosificadas un complejo habitacional de la hostia.
Todavía conservo el carnet de socio, en el que me miro rapado, foto en blanco y negro, con 8 años o menos y una cabecita diminuta. Ningún hijo de puta, de apellido Cúneo o cualquier otro, puede robarme estos recuerdos. Mis recuerdos no pueden transformarse en el ammenity de un edificio top en la manzana más codiciada de San Miguel. Me gustaría que tantos otros chicos como el que fui puedan atesorar los suyos. Pero a alguien, de apellido Cúneo, no.
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1 comentario:
No conozco el club personalmente pero me hace acordar a la película "Luna de Avellaneda".
Saludos.
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