Anoche llegué a casa muerto en vida, con la cama entre ceja y ceja y un dolor de cabeza a prueba de aspirinas. El sueño fue instantáneo; imágenes de colores de un mundo de fantasía indescriptible. Hasta ese zumbido que me despertó. Sí, un mosquito.
En un acto reflejo, como el policía que carga el arma ante la inminencia del peligro, conecté el Fuyi que descansaba en mi mesita de luz. Me escondí bajo el cubrecama y cerré los ojos. Cada tanto, un zumbido me devolvía al terror de la noche.
Costó mucho dormirme. Mis ojeras lo delatan. Hay una dengue-psicosis que hace que ante cualquier síntoma -fiebre, vómitos, diarrea, uña encarnada, fractura de tibia y peroné- no pasen treinta segundos antes de que alguien pregunte: "¿Y no será dengue?".
El dengue es una enfermedad de pobres. El mosquito transmisor -Aedes Albopictus es mucho más duro, resistente y versátil que su primo Aedes Aegypti, nos enseño Claudio Zin- no distingue clases sociales, es cierto. Pero tiene particular debilidad por la pobreza. Empezó a picar en Chaco, donde los casos se cuentan por miles. Y ahora llegó a Capital. Como los saqueos de fines de 2001, que comenzaron en las barriadas pobres del interior.
El dengue, como los saqueos de fines de 2001, nos arrancan de nuestra fiebre de tasas chinas. A pesar del crecimiento del último lustro, de la Argentina potencia versión nac&pop kirchnerista, de la soja, del Calafate, de los cientos de miles de autos fabricados y vendidos, somos un país de pobres.
A la pobreza ya nos acostumbramos, otra no queda. Al dengue, en cambio, no. Un zumbido nos desvela.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Un zumbido nos desvela. Con el dengue pasa lo que pasa con la inseguridad y el violador de recoleta.
Publicar un comentario