Recibió bien abierto por la izquierda, en mitad de campo, y encaró el contraataque como en tiempos mejores. A medida que tomaba velocidad, el verdecésped sintético de la cancha de papi se volvía marrón, polvo, pozos. Con cada tranco, sus piernas se quitaban años de encima. La diestra y la pelota, inseparables alguna vez, enfilaban para el arco.
Con los metros recorridos volvían la melena setentosa, los shorcitos ajustados y esa figura esbelta que prometía conquistar la tapa de El Gráfico hasta la lesión de meniscos y el prematuro adiós. Era el mismo wing que exigía Primera, Selección, Gloria.
Las imágenes se apilaban y la cancha de papi se hacía enorme. Alguna vez, encarando también desde la izquierda, lo dejó en ridículo al mariscal Perfumo en una prueba en River, allá por el '75. "Usté va a llegar, pibe", le dijo don Roberto, que inexplicáblemente no lo cruzó después de la gambeta hacia adentro. "Pero tenga cuidado; no sea cosa que lo agarren feo si cancherea de más".
Lo agarraron feo en Tercera, con el partido 3 a 0. Había salido desde el banco, habilitó al 9 para el tercero y buscaba uno propio para el aplauso. Para que el Monumental empezara a respetarlo. Un dos rancio y olvidado no se la bancó y le rompió la rodilla.
El arco quedaba cada vez más lejos. El tranco se derretía con la transpiración y los pies se pegaban al suelo. La panza se escurría de la camiseta argentina modelo Mundial '94, que le quedaba chica. El sobrino del Juanca apareció de atrás. Sin demasiado esfuerzo, le quitó la bocha con autoridad y lo dejó ahogado en sus recuerdos.
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